Carlos Urquidi G.

Chihuahua, Chih.- El mes de octubre de 2019 corría con sus lunas maravillosas y agradable temperatura, específicamente el miércoles 9, el Festival Internacional Chihuahua cerraba sus actividades teatrales.
En el escenario del Teatro de los Héroes, la Compañía Nacional de Teatro escenificaba el montaje “Enemigo del pueblo”, versión del David Gaitán a partir de “Un enemigo del pueblo” del dramaturgo noruego Henrik Ibsen.
Poco antes de las ocho de la noche una pequeña charla entre amigos se llevó a cabo a las afueras del teatro, saludos, abrazos y cigarrillos…
Ya en nuestras butacas, el texto de “Enemigo del pueblo” con su realismo socio-crítico, su exposición sobre la corrupción del poder y la manipulación informativa, amén de la idea del compromiso como pueblo, se desarrollaba de forma plausible, pero, el celular, ese bendito aparato moderno con sus mensajitos me regresó del pasado al presente de un solo chingadazo. ¿Murió Enrique Servín?.. Me preguntaban.
En escena el Dr. Stockmann reúne a todos y dice, “¡sí! ¡sí! Es éste, escuchen. Que el hombre más fuerte del mundo es el que más solo está”.
Yo no estoy en 1800, estoy en pleno 2019, tampoco estoy solo, uso el bendito celular y con un mensaje sacó a varios amigos del teatro para darles la noticia.
Sus caras son de piedra, de piedras que lloran, que no creen, que no quieren creer, aun retumban mis palabras: mataron a Enrique.
Estamos afuera, en las escaleras de la salida de emergencia, fumo. Mi amada amiga Marcella me quita el cigarro y llora, llora mucho, en silencio.
Abajo, varios funcionarios nos miran, la secretaría de cultura, Concepción Landa reafirma mis palabras, “sí, es cierto”. Ella también fuma.
Otra bocanada de humo y mi mente me exige llamarle a Luis, el amigo, ese ´súbdito mío´ entrañable, responde, no hay mucho que decir, su voz me confirma que ya sabe, no hay más que decir, nada qué agregar, “aquí estoy para lo que pida y ordene”, le cuelgo.
Ibsen, el festival, el teatro y todos los enemigos del pueblo pueden irse a la chingada.
Reviro al pasado, recuerdo.
Voy rumbo a mi oficina, son los meses previos al festival, cruzo el jardín de La Casa de los Laureles, lo veo por el ventanal, sentado, casi metido en la computadora, rodeado de cajas, más cajas de libros, pues lo van a cambiar de oficina.
Enrique levanta su cara, sus mejillas están rojas, como siembre, resaltan en esa piel tan blanca, me hace señas que me regrese, preparaba el Omáwari, pues tenía que darme algunas indicaciones, frente a frente se entabla un diálogo que se repitió muchas veces a manera de saludo:
-Primero dime esa frase maravillosa que revolucionó el Facebook
-No confundan el sexo con amor. El sexo sí existe…
Carcajadas de ambos, y llega Luis, Enrique lo detiene para decirle: Mira, tenemos que hacerle una estatua a este poeta moderno, es más -se dirige a mí- yo te la voy a hacer, afuera de una cantina para que les des paz a todas esas almas confundidas.
A Enrique Servín lo conocí muchos, muchos años atrás, en muchas ocasiones nos tomamos unas cervezas, por momentos nos olvidábamos del mundo para adentrarnos en su mundo, ese que le daba reveses, que lo ponía a pensar, que le hacía creer que no iba en el camino correcto, pero, al que quería comerse a mordidas, una de tantas me dijo, “empecé a estudiar italiano, pronto te diré, grazie mille”.
Eran los ochentas, luego los noventas y le perdí la pista por varios años, la violencia en la ciudad, en el estado, en el país, nos alejó de la tranquila vida noctámbula concalurosas primaveras y frescos veranos.
Se nos reinició la amistad al compartir proyectos juntos, yéndose a China me recordó, “te encargo a mis apaches, no me los vayas a dejar olvidados en la frontera”.
Ese Omáwari, ese encuentro de naciones hermanas, con ´sus apaches´ marcó huella en Chihuahua, llovió a cántaros. Fue perfecto.
El pasado 29 de septiembre escribí en las benditas redes sociales: me harta ver películas de amor porque luego ando creyendo que sí existe…
Me acordé de ti Enrique y sonreí. Lo anoto en mi cuaderno y lo engarzo con tus abalorios.
Contigo se fue el tiempo de los poemas.
Divago, sueño, pido despertar y que no sea cierto… hoy es 9 de octubre de 2020, un año ha pasado, el amigo, el creador ya no está, para “el guardián de las palabras” no ha habido justicia, un asesino, su asesino sigue suelto. Todos callan… Punto, hasta aquí.

One thought on “Enrique y yo: crónica de una muerte… sin justicia”
  1. Es una verdadera lástima perder a un hombre de ese calibre, a mí me tocó hacerle su libro con el que ganó el premio nacional de literatura, recuerdo cuando iba a mi oficina para revisar los avances de su libro, hablábamos mucho y sin querer el maestro daba clases siempre, había mucho que aprenderle. Me impactó la noticia de su muerte y más porque casi todos los días pasaba por su casa en las mañanas que iba a dejar al trabajo a Mónica mi novia y veía todas esas veladoras que tenía al pie de su puerta. Da coraje perder a alguien así y más de esa manera. Descansa querido Enrique

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